El destino del Mundo

Dios creó nuestra historia y a ÉL nos debemos

sábado, 22 de abril de 2017

Devoción Matutina Adultos | La paz que es permanente

CUANDO RECIBIMOS a Cristo como huésped permanente en el alma, la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento guardará nuestro espíritu y nuestro corazón por medio de Cristo Jesús [ver Fil. 4: 7]. La vida terrenal del Salvador, aunque transcurrió en medio de conflictos, era pacífica. Aun cuando lo acosaban constantemente enemigos airados, dijo: «El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada» (Juan 8: 29). Ninguna tempestad de la ira humana o satánica podía perturbar la calma de esta comunión perfecta con Dios. Y él nos dice: «la paz les dejo, mi paz les doy». «Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Juan 14: 27; Mat. 11: 29). Lleven ustedes conmigo el yugo del servicio para gloria de Dios y elevación de la humanidad, y verán que es fácil el yugo y ligera la carga.

Es el amor propio lo que destruye nuestra paz. Mientras viva el yo, estaremos siempre dispuestos a protegerlo contra los insultos y la mortificación; pero cuando hayamos muerto al yo y nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios, no tomaremos a pecho los desdenes y desaires. Seremos sordos a los vituperios y ciegos al escarnio y al ultraje. […]

La felicidad derivada de fuentes mundanales es tan pasajera como la pueden hacer las circunstancias; pero la paz de Cristo es constante, permanente. No depende de las circunstancias de la vida, ni de la cantidad de bienes materiales ni del número de amigos que se tenga en este mundo. Cristo es la fuente de agua viva, y la felicidad que proviene de él no puede agotarse jamás.

La mansedumbre de Cristo manifestada en el hogar hará felices a los miembros de la familia; no incita a los altercados, no responde con ira, sino que calma el mal humor y difunde una amabilidad que sienten todos los que están dentro de su círculo encantador. Dondequiera que se la abrigue, hace de las familias de la tierra una parte de la gran familia celestial.

Mucho mejor sería para nosotros sufrir bajo una falsa acusación que infligirnos la tortura de vengarnos de nuestros enemigos. El espíritu de odio y venganza tuvo su origen en Satanás, y solamente puede reportar mal a quien lo abrigue. La humildad del corazón, esa mansedumbre resultante de vivir en Cristo, es el verdadero secreto de la bendición.



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