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domingo, 16 de abril de 2017

Devoción Matutina Adultos | ¿Cómo negamos a Jesús?

JESÚS TAMBIÉN nos dice: Así como ustedes me confesaron delante de los hombres, yo los confesaré delante de Dios y de los santos ángeles. Ustedes serán mis testigos en la tierra, conductos por los cuales pueda fluir mi gracia para sanar al mundo. Así también seré su representante en el cielo. El Padre no considera el carácter de ustedes como deficiente, sino que los ve revestidos de mi perfección. Soy el medio por el cual les llegarán las bendiciones del cielo. Todo aquel que me confiesa, participando de mi sacrificio por los perdidos, será confesado como participante en la gloria y en el gozo de los redimidos.

El que quiera confesar a Cristo debe tener a Cristo dentro de sí. No puede comunicar lo que no ha recibido. Los discípulos podían hablar fácilmente de las doctrinas, podían repetir las palabras de Cristo; pero a menos que poseyeran una mansedumbre y un amor como los de Cristo, no lo estaban confesando. Un espíritu contrario al espíritu de Cristo lo negaría, cualquiera que fuese la profesión de fe. Los seres humanos pueden negar a Cristo calumniando, hablando insensatamente y profiriendo palabras falsas o hirientes. Pueden negarlo rehuyendo las cargas de la vida, persiguiendo el placer pecaminoso. Pueden negarlo conformándose con el mundo, siguiendo una conducta descortés, amando sus propias opiniones, justificando al yo, albergando dudas, buscando dificultades y morando en tinieblas. De todas estas maneras, declaran que Cristo no está en ellos. […]

El Salvador ordenó a sus discípulos que no esperasen que la enemistad del mundo hacia el evangelio sería vencida, ni que después de un tiempo la oposición cesaría. Dijo: «No he venido para traer paz, sino espada» (Mat. 10: 34, NVI). Esta lucha no surge como resultado del evangelio, sino de la oposición que se le hace. De todas las persecuciones, la más difícil de soportar es la divergencia entre los miembros de la familia, el alejamiento afectivo de los seres terrenales más queridos. Pero Jesús declara: «El que ama padre o madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama hijo o hija más que a mí, no es digno de mí. Y el que no toma su cruz, y sigue en pos de mí, no es digno de mí» (Mat. 10: 37, 38).

La misión de los siervos de Cristo es un alto honor y un cometido sagrado. «Quien los recibe a ustedes —dice él—, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me envió» (Mat. 10: 40, NVI). Ningún acto de bondad a ellos manifestado en su nombre dejará de ser reconocido y recompensado. Y en el mismo tierno reconocimiento, él incluye a los más débiles y humildes miembros de la familia de Dios.


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